No hay duda que la práctica de ejercicio físico es fundamental a la hora de mantener -y disfrutar- de una buena salud. De hecho, basta con echar un vistazo a los distintos beneficios más importantes de practicar ejercicio, para darnos cuenta de ello. Eso sí, siempre que se practique a una intensidad adecuada, teniendo en cuenta además una serie de recomendaciones básicas a tener en consideración tanto antes como después de llevar a cabo la actividad física.
Por ejemplo, nos ayuda a la hora de cuidar nuestra salud cardiovascular, reduciendo los niveles de grasas en la sangre (tanto colesterol como triglicéridos), acelera y fortalece nuestro corazón, nos ayuda a mantener un peso adecuado, y además es fundamental para prevenir enfermedades hoy en día tan comunes como por ejemplo es el caso del sobrepeso y la obesidad.
Tanto el deporte como la práctica de ejercicio físico en sí misma son indispensables para disfrutar generalmente de una buena salud. De hecho, aporta una gran variedad de beneficios que se traduce en mejorar nuestra salud de manera tremendamente positiva.
No obstante, a pesar que se conozcan muchos de los beneficios que aporta el ejercicio físico, es cierto que poco se escribe sobre qué sucede u ocurre en nuestro cuerpo en el momento en que practicamos deporte.
En este sentido, sobretodo para quienes practican deporte asiduamente (sabia elección, por cierto), seguramente que en algún momento te habrás preguntado qué ocurre en tu organismo cuando haces ejercicio.
En este sentido, si cada día tiendes a practicar ejercicio físico, es posible que en muchos momentos te hayas hecho una interesantísima pregunta: ¿qué sucede realmente cuando practicamos ejercicio? ¿Cuál es el papel de la actividad física en nuestro cuerpo?
¿Qué sucede en nuestro cuerpo cuando practicamos deporte?
Cuando hacemos ejercicio, las distintas moléculas de grasa de nuestro cuerpo se descomponen en ácidos grasos y glicerina, los cuales atraviesan las paredes exteriores de la célula y penetran en el torrente sanguíneo para ser tomados por los músculos.
A partir de estos precisos momentos actúan como combustible, especialmente cuando realizamos una actividad física que requiere de cierto esfuerzo.
Las células de grasa se encogen, y nuestro cuerpo se ve mucho más esbelto.
Por otro lado, es evidente que la práctica de ejercicio físico no solo redunda en una posible pérdida de grasa, y por tanto, en una consecuente pérdida de peso. También ocurren más cosas en nuestro cuerpo, y sus efectos -y beneficios- son ampliamente reconocidos.
Por ejemplo, se produce un efecto cardiovascular, que dependerá en realidad de si se trata de un tipo de ejercicio aeróbico o anaeróbico. En el caso de que el ejercicio sea aeróbico el oxígeno es utilizado principalmente en el proceso metabólico de nuestro organismo, de forma que a medida que la demanda de oxígeno crece también aumentará la respiración.
Sin embargo, si se trata de un tipo de ejercicio anaeróbico en realidad se trata de un tipo de práctica sin oxígeno.
Al hacer deporte también se producen cambios metabólicos que favorecen el sistema cardiovascular, y son precisamente estos cambios los que hacen que la práctica de ejercicio físico sea tan fundamental para, por ejemplo, protegernos frente a trastornos comunes como es el caso de la diabetes.
Esta acción beneficiosa se observa tanto en el ejercicio físico moderado como en el intenso, produciéndose así un aumento del metabolismo de las grasas, carbohidratos y azúcares.
Y lo observamos precisamente gracias a que los aminoácidos son usados como fuente de energía con el fin de mantener los niveles de glucosa adecuados, especialmente cuando el ejercicio físico es de mayor duración.
Pero, si soy obeso, ¿por qué me cuesta tanto perder grasa?
Para responder a esta pregunta debemos tener en cuenta que la grasa existente en el abdomen de una persona obesa podría tener de 3 a 5 veces la profundidad de la capa más delgada de grasa de una persona con un peso considerado como normal.
Esta cuestión explicaría principalmente por qué los ejercicios para tener un abdomen plano no funcionan, si en cierto sentido no se acompañan –en definitiva- con una pérdida de peso.
Dicho de otro modo, las personas obesas tienen demasiadas células de grasa, lo que implica una capacidad mucho mayor para almacenarla, lo que hace que tengan más problemas para adelgazar que las delgadas.
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