La piel es el órgano más grande, extenso y largo de nuestro cuerpo. Puede llegar a alcanzar los 2 metros cuadrados de piel y un espesor entre los 0,5 mm y los 4 mm., dependiendo del lugar del cuerpo. Por ejemplo, es más gruesa en los talones y más fina en los párpados, y tiende a pesar en torno a los 5 kg. Proporciona una protección sin duda alguna muy efectiva contra la invasión de bacterias y la entrada a nuestro cuerpo de sustancias extrañas.Se divide en tres capas que van desde la superficie hasta la profundidad.
Por un lado nos encontramos con la epidermis, que es la capa superior o más externa de la piel, constituida por tejido epitelial y muy relacionada con la función protectora de la piel. De hecho, es la barrera más efectiva contra la penetración de factores ambientales y la pérdida de agua. Estos hongos o microbios no pueden penetrar en el organismo a menos que se produzca una rotura en la barrera cutánea.
La dermis se encuentra formada por tejido conectivo y sostiene los distintos anexos cutáneos y los vasos sanguíneos, y bajo esta capa encontramos la grasa subcutánea que ayuda a aislarnos térmicamente contra el frío. Finalmente nos encontramos con la hipodermis (o tejido subcutáneo), muy rica en tejido graso; al poseer una textura blanda actúa igualmente como protección de los diferentes órganos de nuestro cuerpo que hay por debajo.
¿Para qué sirve la piel?
Favorece la inmunidad
Determinadas células de nuestra piel trabajan de forma directa con nuestro sistema inmunitario, con el objetivo de evitar que bacterias, virus y otros cuerpos extraños entren en nuestro organismo y nos afecten de forma negativa. En este sentido destacan células como las langerhans, fagocíticas y dendríticas epidérmicas.
Por tanto, se podría decir que dentro de esa función de protección la piel previene que sustancias extrañas e infecciosas entren en nuestro organismo y por tanto enfermemos.
Función protectora
Una de las principales funciones de la piel es la de proteger el interior de nuestro organismo, protegiendo los tejidos internos, los órganos y los huesos, evitando que éstos se vean expuestos al mundo exterior (microbios, bacterias, sustancias químicas, agresiones de insectos…).
Actúa, por ejemplo, como protección efectiva frente a una invasión bacteriana, traumas físicos y golpes y también contra los daños de los rayos UVA.
Alta sensibilidad
La piel es tremendamente sensible, lo que te permite sentir al instante los distintos cambios que se produzcan en el exterior tanto de temperatura como de presión. Esto es gracias a las diferentes terminaciones nerviosas presentes en nuestro cuerpo, las cuales reaccionan a las sensaciones que recoge la piel.
A su vez esas sensaciones alertan a nuestro cerebro de todo cuando está percibiendo a nuestro alrededor, pudiendo reaccionar más fácilmente al tacto, a las caricias, al calor, al frío y al dolor.
Ayuda a regular nuestra temperatura corporal
A través de las glándulas sudoríparas cuando nuestro cuerpo entra en calor se libera sudor, lo que ayuda de forma positiva a la hora de bajar la temperatura. Por otro lado, cuando tenemos frío los pequeños vasos sanguíneos presentes en la piel se llenan de sangre, ayudando a que la temperatura de nuestro cuerpo aumente.
Esto significa que el aumento o la bajada de la temperatura de nuestro cuerpo dependerá en definitiva de la temperatura y las condiciones climáticas que a su vez existan en el exterior.
Función endocrina
La piel es capaz de absorber la vitamina D que obtiene a través de los rayos del sol, transformándola de tal manera que nuestro organismo puede utilizarla de forma efectiva, ayudando a la hora de sintetizarla.
Función excretora
Nuestro cuerpo acumula determinadas sustancias de desecho y toxinas que obviamente no necesita. Habitualmente son residuos producidos y que se acumulan. Estos residuos pueden ser excretados a través de la piel, lo que ayuda a su eliminación. Es el caso del ácido úrico, amoníaco y la urea.
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